La educación es cosa de todos

Estamos en época de inicio de cursos, proyectos y como no, de nuevos retos personales y nuevas expectativas. Muchos padres estamos deseando que comience el curso escolar para poder continuar con nuestros trabajos y nuestros proyectos. En este momento, en el que tener trabajo es un verdadero lujo, conciliar la vida laboral y la familiar no es nada fácil, más bien lo contrario y a menudo se convierte en todo un reto personal.

Este verano, he escuchado en alguna ocasión frases como: ¿Pero a ti que te ha enseñado tu profesora?, amenazas como: ¡Cuando vuelvas a la escuela, ya verás! Es por ello que me pregunto si no estaremos los padres dejando todo el peso de la educación a la escuela, siendo poco conscientes de que los valores primordiales en la educación de los hijos se inician en la familia, con el ejemplo de los padres y familiares.

Ellos aprenden a comportarse, a ser personas y a relacionarse con el mundo a través de los padres. Nosotros transferimos nuestras ideas y miedos a nuestros hijos y ellos aprenden de nuestras actitudes y maneras de percibir la realidad, aprenden por imitación, son pura emoción.

No podemos olvidar que hay asignaturas que no se enseñan en la escuela y que, sin embargo, son básicas para su buen desarrollo emocional.

Es en el entorno familiar donde el niño se nutre de los valores personales y construye las bases de su carácter, y es nuestra responsabilidad que el niño tome consciencia de sus emociones y aprenda su correcta gestión, ello le ayudará a vincularse efectivamente con su entorno.

Enseñarles a los niños con el ejemplo a reconocer los propios errores y aprender de ellos, enseñar la capacidad de amarse y aceptarse a sí mismo y al otro, son diferentes valores que ayudarán al niño a ir formándose como persona, cimentando unos pilares para que crezca seguro y con confianza. Para ello, es primordial que se sienta amado y respetado, con la seguridad de la presencia de los padres que le guían, poniéndole unos límites claros.

Ello no justifica un exceso de normas e inflexibilidad. Los padres debemos ejercer nuestra autoridad con diálogo y tolerancia, ofreciéndoles nuestra presencia, escucha y amor incondicional, sin comparaciones ni exigencias, sin ponerles altas expectativas que les resulten difíciles de cumplir.

Enseñarles el valor del trabajo en grupo más que la competitividad, ayudándoles así a descubrir sus habilidades y aceptar sus limitaciones, proporcionando la posibilidad de desarrollar su individualidad con aceptación, respeto y seguridad en sí mismos.

Tenemos que tener presente, que para llegar a amar y aceptar a los demás es imprescindible comenzar por amarse y aceptarse a uno mismo.

firma Núria Remus

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